miércoles, 14 de octubre de 2020

Ladrones de autoestima

¿Por qué se llama fallar a lo que hacen los miembros de un jurado en un premio o concurso?
Porque, según la RAE, fallar es "tomar una decisión".

Me parece muy bien, pero fallar, según esa misma RAE, también significa "no acertar algo o equivocarse", "no responder como se espera", "dejar de funcionar bien" o "perder la resistencia, rompiéndose o dejando de servir".

El problema es que el jurado se queda con la definición buena, o sea, decidir, y los aspirantes, excepto el que gana, claro, con todas las demás. O lo que es lo mismo: no aciertan, no responden, no funcionan bien y pierden su resistencia dejando de servir. Demasiado para un solo día.

Un puñado de conocidos/desconocidos fallan, y resulta que el que fallas eres tú.

Vale que no des en el blanco (es lo normal en la vida), que no respondas lo que los demás quieren oír (pasa habitualmente) o que atrases como un reloj (¡bah!, ¿quién usa reloj hoy en día teniendo un teléfono móvil a mano?).

Pero lo realmente malo es que, de la dosis de autoestima humana que te tocó en suerte el día en que lloraste por primera vez, el jurado y el ganador te roban una poquita, bastante, para siempre, y la incorporan a su haber como si les perteneciera. Porque fallar en primera definición aumenta el ego, el orgullo, la soberbia, la vanidad..., en tanta cantidad como la que se les quita a los que conjugan fallar según el resto de definiciones. 

Ladrones de autoestima, ese bien tan delicado cuando tienes el alma abierta.

No dejemos que nadie vuelva a fallar que hemos fallado.

¡Ya está bien de juicios ajenos! A partir de ahora, solo admitiré que me juzguen mis iguales, esos que fallan siempre, como yo.

P.D.: Todo lo dicho con la excepción de que me avisaran que he ganado algo. Pero eso no pasa nunca en los premios literarios, ¿verdad?

 

tejadosdechocolate@gmail.com

miércoles, 18 de abril de 2018

El más acá

Siempre nos preguntamos qué habrá más allá de la muerte.

Leemos libros, oímos tertulias, vemos películas, lo hablamos entre nosotros con una mezcla que tiene kilos de curiosidad y toneladas de miedo. Normal, es como cuando vamos a hacer un viaje y sacamos el plano de la ciudad, los monumentos principales o las comidas que no debemos venirnos sin probar. Aunque siempre hay gente tranquilota que no pierde el sueño por un viaje, ni aunque sea al más allá.

Pero ¿a nadie le interesa que habrá en el más acá? Quiero decir antes de nacer. Aunque nuestra entrada suele ser con un llanto triunfal -que tiene tela la puerta de acceso que le han puesto a este mundo-, no debemos venir de un sitio malo del todo, a juzgar por el aspecto rollizo y sonrosado con el que llegamos y, sobre todo, la falta de preocupaciones que arrastramos. Llegar con una mente en blanco, ávida de aprendizaje, sin juicios ni prejuicios. ¡Cómo me gustaría tener memoria de esa época de mi vida!

El más allá, por más que la religión nos lo venda con fanfarrías, se me antoja un sinvivir aunque sea, simplemente, por las preocupaciones que lo que aquí nos dejamos nos deben provocar en esa eternidad prometida y no demostrada. Y la pinta con la que llegamos allí, como uvas pasas pisoteadas sin medida.  ¡Por Dios, qué necesidad! Sin embargo, el más acá debe ser una maravilla, como si vinieras de un spa.

Si pudiera elegir, pediría que nadie me engendrara, que me dejaran en la línea de salida eternamente, disfrutando de ese lugar del que nadie pide que lo saquen.


tejadosdechocolate@gmail.com

viernes, 16 de marzo de 2018

Doble rasero



Una vez, en un taller de literatura, el profesor nos advirtió sobre un error muy común entre los escritores inexpertos. “¡Esto es una aberración, nunca lo hagáis!”. Entonces recordé un libro de Julio Cortázar en el que el belga de nacimiento, francés por nacionalidad y argentino por herencia familiar, hacía la aberración prohibida con alegría y desparpajo.
 
“Bueno, pero si Cortázar lo hace, por algo será”, fue la respuesta del profesor a mi observación.
 
Los ojos como sartenes se me quedaron al ver que lo que valía para el belga-franco-argentino nos estaba vedado al resto del mundo. “Si lo hace, por algo será, si lo hace por algo será…”. Y si lo hago yo, también, ¿no? O es que lo que en mí es un fallo garrafal, en otro es un acierto literario.
 
¿Y por qué os cuento esto? Porque, una vez más, un artículo en el periódico me dice que el vestido Delphos de Mariano Fortuny es el summum de la elegancia. ¿Soy la única que opina que esa tela arrugada sin patrón alguno sienta como el c…? Ni con las medidas de una top model podría adquirir ni la más mínima gracia sobre el cuerpo de una mujer. Ya le sentaba regular al auriga griego en el que, al parecer, está inspirado…
 
¡Qué acierto el de Fortuny! No quiero ni saber dónde hubieran llegado las carcajadas si se me hubiera ocurrido a alguien como yo.
 
Me pongo verde con la posición de los raseros, y me acuerdo de las decenas de leyes de igualdad que tenemos y que, cuando miro a mi alrededor, no sé muy bien para qué sirven.
¡Ah, sí! Para justificar las vidas y los chalés de algunos y algunas.
 
Debe ser que el pueblo llano no tenemos ni gusto ni saberes, ¡qué le vamos a hacer!

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sábado, 10 de marzo de 2018

Let's dance

Esta tarde de sábado, mientras espero que una tarta de manzana se me dore en el horno, leo en el periódico la última de dos cabezas perdidas: Donald Trump y Kim Jong-un han decidido quedar una tarde para echar un cafelito, y de paso, hablar de lo que quieren hacer con nuestro mundo.
Programa nuclear, carrera armamentística, bloqueo internacional, régimen hereditario,... pero ¿qué es esto? Estos hombres deben estar mal de la cabeza, lo cual no me extraña a juzgar por los pelos que lucen ambos.
Trastornada por ver en manos de quienes estamos, pongo un rato la radio y enseguida suena Footloose, la canción de esa película de los 80 en la que se prohíbe el baile en un pequeño pueblo americano. Menuda tontería de argumento, estos americanos... ¡como si eso pudiera ser!
Pero, inmediatamente, me viene a la cabeza la noticia del periódico. Corea del Norte, un lugar donde no se baila, ni se canta, ni se escribe, ni se habla, ni se mira. Y si fuera el único...
Una vez más, la realidad supera con muy mala baba a la ficción.

Let's dance
Put on your red shoes and dance the blues
Let's dance
To the song they're playin' on the radio

Ojalá todo el mundo pudiera seguir este sencillo consejo de Bowie. Yo me siento afortunada de poderlo hacer, al ritmo de Footloose, mientras la tarta ya casi está.

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martes, 17 de octubre de 2017

R.I.P. por el Primer Mundo

Abro el periódico y una noticia se me clava como un punzón: "215 muertos en el peor atentado en Somalia". Rápidamente me voy a internet y me actualiza el número de muertos: 276, además de 350 heridos.
Ni mucho menos quisiera yo decir que unos muertos son más importantes que otros, pero ¿cómo han podido pasar dos días, durante los cuales he visto y leído las noticias con asiduidad, y no me he enterado de esto? Me he debido despistar probando las lentejas, pero ¿acaso si no hubiera muerto una sola persona en Londres o Barcelona no se le hubieran dedicado horas de tele y dobles páginas a color?
¡Qué mala suerte para Somalia, el independentismo catalán acapara los titulares!
Un cuadradito de 5x4 cm. (con fotito incluida, eso sí) y 8 líneas es todo lo que la noticia y 276 personas merecen. Me resulta extraño con lo que nos gusta a la prensa y a la gente una tragedia. Pero, claro, Somalia no es Londres ni gente a puñados reclamando libertad donde ya la hay.
Al menos en algo estamos igualados: todos somos Tercer Mundo.

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miércoles, 27 de septiembre de 2017

¡Cuánta prisa, por Dios!

No soporto la gente que está siempre ocupada. Que dicen que lo están, quiero decir.
Esos que van corriendo de un lado a otro salvando el mundo,
que te cuelgan el teléfono de un golpetazo sin decir ni 'hasta luego',
que te piden que les recuerdes lo que ellos deberían recordar.
Los que siempre derivan la conversación hacia sus propios asuntos
para que los animes, elogies, felicites,...bufff...
mientras ponen mirada distraída si les cuentas algo tuyo.
Debe ser que los demás no tenemos nada que hacer en la vida.
Me agotan.
En fin, que me voy, que yo también tengo mucho que hacer.
Ni adiós.

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viernes, 8 de abril de 2016

Cabaret Voltaire



Al estilo del Cabaret Voltaire os presento "una adaptación" de un fragmento del poema atribuido a Jorge Luis Borges, Instantes. Aprovecho para recomendaros que lo busquéis y lo leáis. Seguro que os viene bien.
En cuanto a mi desorden del poema, espero que os guste, aunque no más que el original.

Si pudiera vivir de la primavera,
correría más riesgos descalzo,
haría más viajes reales,
contemplaría más montañas imaginarias,
subiría a más atardeceres adonde nunca he ido,
ahora nadaría más ríos helados.
Iría a más lugares y tendría más problemas,
comería más liviano, más habas,
y menos principios, eso,
y menos no te pierdas nuevamente.
Comenzaría a andar, seguiría,
viajaría hasta concluir el otoño.
Por si no lo saben, de la vida está hecha mi vida.
Si él pudiera volver a vivir así,
sólo de momentos, si pudiera volver a vivir.
 
 

tejadosdechocolate@gmail.com