Cuando
ves que alguien cercano a ti sufre por el empeño desmedido de la
vida de apretarnos las tuercas cuando estamos descuidados, te dan
ganas de subir al cielo a pedir explicaciones más allá de esa
puerta que San Pedro protege. Pero como no hay escalera que nos
facilite la ascensión, y tampoco está muy claro que allí haya
vecindario, lo único que nos queda es tratar de disimular esa espina
clavada en el corazón. A modo de tiritas, tanto vale una sonrisa
como una caricia o la sencillez de la compañía.
Las
palabras mejor dejarlas a un lado, por manidas y repetidas: somos muy
poco originales los humanos cuando algo se nos escapa de las manos, o
bien, nos importa tres pitos el pellejo ajeno, pero hay que cumplir con el pésame de rigor,
que para eso estamos todos muy bien educados.
Yo
apuesto, sin embargo, por la poderosa fuerza de un paseo tranquilo,
una cama recién vestida, un buen desayuno, la piel suave después de
un baño; una película mil veces repetida o una vieja canción;
acurrucarse en un rincón desgajando una magdalena... Y dejar pasar
los días sin prisa, hasta que la vida afloje esas tuercas que nos
atenazan.
Ayer
fue el día de los enamorados, una tirita como otra cualquiera. Buena
excusa es, por muy comercial que sea, si sirve para alegrarnos el
día. Seguro que a San Valentín no le importaría ver su nombre en
los escaparates si con ello ilusiona un solo corazón herido.
Gracias por esa tarta en forma de corazón regada de chocolate. Y
enhorabuena a todos los que recibieron una, haciendo ese día
diferente al resto de los días.
Bendita tirita...que aunque no pueda reparar todo el estropicio, sí puede conseguir con su sola presencia curar al instante cualquier desconsuelo.
ResponderEliminarGracias por estar ahí...que ya es mucho.
Besitos.