viernes, 24 de mayo de 2013

La Inteligencia de las Palabras

Hoy, 24 de mayo, se publica mi primer libro y, si os fijáis en el calendario, os daréis cuenta de que es el día de María Auxiliadora. ¡Buena madrina!
La sensación de verlo en una estantería de cualquier librería rodeado de otros cientos, de miles, tan discreto bajo sus pastas blanditas, se me hace rara. Por mí, porque ese nombre que figura en la portada lo reconozco como mío, y por él, que hasta ahora era el rey de la casa y ahora es uno más, perdido en medio de una marabunta de historias que reclaman ser leídas. Me parece ese niño pequeño que llega al colegio por primera vez y se encuentra con cincuenta, o incluso cien o más personajes de su tamaño deambulando por un patio desconocido en el tiempo del recreo. Allí no es el príncipe de ningún país, ni el capitán del barco pirata, ni el mejor futbolista del mundo... Es uno entre tantos. Y además, se ve obligado a eso tan difícil que llaman socializar y que consiste en compartir entusiasmos y llantinas propios y ajenos, quieras o no.
Si lo encontráis por ahí, sed generosos con él y leedlo.
Si no lo encontráis, pedídmelo y os lo haré llegar (tejadosdechocolate@gmail.com).
Si no os interesa, leed otro cualquiera. Eso es lo realmente importante.
Espero que os haga pasar un buen rato, o no, que nunca se sabe.


Y para abrir boca, aquí os dejo un fragmento del capítulo XII de la segunda parte.
       “Su búsqueda la llevó cerca del puerto. Empapada y sin aliento, comenzó a frenar su carrera al comprobar lo infructuoso de la misma. Decidió volver sobre sus pasos, desanimada por no haber conseguido el objeto de su persecución. Lentamente se fue acercando de nuevo hacia la tienda de sombreros, cabizbaja y muerta de frío cuando, al girar en una esquina, levantó la cabeza y se le heló la sangre en las venas. A escasos centímetros de ella, aquellos ojos verdes la esperaban impasibles. Como si supiera que aquel iba a ser su camino de regreso, el desconocido la aguardaba bajo la lluvia con una sonrisa tranquila. Vera se detuvo en seco atrapada en su mirada. A tan corta distancia, le pareció mucho más alto y fornido que en las otras ocasiones. Siendo humano, le hubiera calculado unos cincuenta años, pero lo cierto es que no sabía ante quién estaba detenida. Y su aroma... Desprendía un aroma dulzón difícil de clasificar que la atraía sin explicación”.

tejadosdechocolate@gmail.com